La nutrición juega un papel determinante tanto en la prevención como en el tratamiento del cáncer. Si lees con detenimiento el artículo que Alfonso (@cancerintegral) escribió en su blog hace unos días te darás cuenta de que el adecuado aporte en la dieta de ciertas vitaminas puede prevenir el cáncer. Queda claro que la deficiencia de algunas vitaminas condiciona negativamente la génesis de procesos fisiopatológicos que disparan la señalización de los mecanismos tumorales. Y esto genera problemas a medida que envejecemos.
A día de hoy tenemos evidencias sólidas conforme dosis insuficientes de vitamina D en suero se relacionan con mayor prevalencia de varios tumores. Lo mismo sucede con la vitamina K, con el magnesio, con la tiamina… Por este motivo hay que asegurar que la pauta dietética es lo suficientemente variada como para cubrir diariamente los requerimientos de ciertas vitaminas. Incluso optando por la suplementación en algunas situaciones.
La vitamina D y el cáncer
La mayor parte de la población cuenta con una concentración de vitamina D insuficiente, por debajo de los 50 ng/mL en sangre. Lo puedes comprobar en este paper publicado en la Revista Reviews in Endocrine & Metabolic Disorders. Dicho déficit de vitamina D genera aumentos en la inflamación, alteraciones en el entorno hormonal y fallos en la respuesta inmune que pueden incrementar el riesgo de desarrollar patologías crónicas. Entre ellas el cáncer.
Pero claro, la deficiencia de vitamina D es difícil de corregir con el medio de vida actual. Demasiado tiempo sentados, poca exposición a la luz solar, uso inadecuado de cremas de mala calidad… Todo ello dificulta la síntesis en la piel. Por no hablar del dichoso interés que tienen algunos especialistas en reducir las lipoproteínas LDL a un nivel cercano a 0, siendo este el principal sustrato para la producción endógena del nutriente.
A pesar de su nombre, la vitamina D desempeña funciones hormonales dentro del cuerpo humano. Está presente en pocos alimentos y en cantidades escasas. La de origen vegetal se absorbe mal, por lo que los hongos no son una buena fuente de consumo. Solamente los huevos, algunos lácteos y pescados azules aportan una dosis considerable y disponible de la misma. Pero aun así insuficiente. Además, si el estatus de magnesio no es adecuado en el organismo se sufrirán fallos en la activación de la hormona, por lo que no desarrollará correctamente sus funciones.
En líneas generales, a falta de una mejor rutina de exposición a la luz del Sol que nos permita recargar las pilas durante el verano para evitar déficits en invierno, la mejor de las recomendaciones es la suplementación de vitamina D. Es cierto que las evidencias acerca del uso de suplementos de vitamina D y riesgo de cáncer son heterogéneas. Pero cuentan con varios factores de confusión al respecto. Probablemente si la concentración en sangre ronda los 50 ng/mL, incluir una dosis extra no genere protección, pero cuando baja de 30 ng/mL, sí. Por este motivo no sería para nada mala idea administrar durante los meses de menos luz al menos un producto que contenga 1000 UI/día, para así normalizar los niveles. En el caso de que el déficit sea severo, medido con analítica, se puede valorar una dosis mayor.
Cubrir el requerimiento de vitamina K
La vitamina K es un elemento que juega un papel importante en el metabolismo de la glucosa. Mejora la sensibilidad a la insulina, facilitando la captación del nutriente y evitando estados inflamatorios que puedan provocar fallos en la respuesta inmune. Al fin y al cabo, el cáncer es una patología que está marcada por errores en el sistema de defensa condicionados en parte por alteraciones en el equilibrio inflamatorio y oxidativo. Atacar la raíz del problema evitará disgustos en un futuro.
Pero además, la vitamina K es capaz de suprimir las células tumorales por apoptosis, frenando también la angiogénesis y la metástasis posterior. Sobre todo se le atribuye esta característica a la forma K2, siendo un nutriente especialmente presente en los vegetales de hoja verde. De hecho hay varias evidencias que asocian la presencia de este tipo de alimentos en la pauta nutricional con una menor incidencia tumoral. Y no solo se debe a los fitonutrientes, que también, sino al papel de la vitamina K. Ejemplos de estos alimentos serían el brócoli, las espinacas, la lechuga…
En este caso la suplementación no es tan necesaria como en el anterior, ya que si la dieta está bien planteada es relativamente sencillo cubrir el requerimiento de vitamina K. Ahora bien, varios productos combinan el colecalciferol (vitamina D3) con las menaquinonas (vitamina K2), lo cual genera efectos beneficiosos en el organismo. Y es que estas últimas permiten garantizar un buen equilibrio en el medio interno entre la vitamina A y la D, algo clave para consolidar el estado de homeostasis. Sea como fuere, desde el punto de vista dietético lo primero será asegurarse de que en cada una de las comidas principales aparecen vegetales, a partir de aquí la suplementación se debería valorar de forma individual.
Vitaminas del grupo B y cáncer
La tiamina, el folato y la niacina son elementos que participan en mecanismos metabólicos muy diversos. Participan en el descomposición de los azúcares para generar energía, en la respuesta inmune mediada por los linfocitos T, en la fisiología del ácido láctico… Son catalizadores importantes de muchas reacciones que tienen lugar a diario en el cuerpo humano y que se deben ejecutar con precisión para evitar así la génesis de problemas en la salud.
Por supuesto, el déficit de estos nutrientes se ha relacionado con una mayor prevalencia de patologías complejas, incluidos varios tipos de cáncer. Es más, a medida que el tumor progresa es posible que las concentraciones de las vitaminas del grupo B en el organismo terminen siendo insuficientes, ya que tienden a reducirse. Por ello se apuesta, a día de hoy, por un aporte extra durante el tratamiento antineoplásico, aunque lo que nos preocupa en este artículo es la prevención.
En líneas generales, para garantizar que se cubren los requerimientos de las vitaminas del grupo B es preciso asegurar la presencia en la dieta de uno de los grupos de alimentos demonizados injustamente en la actualidad, la carne. Tanto la carne roja como la blanca son buena fuente de vitaminas del grupo B, presentando una buena digestibilidad y asegurando que el metabolismo desempeñe su cometido de manera eficiente. También el pescado ayuda a garantizar las necesidades de dichas vitaminas. Por este motivo han de alternarse en la dieta diaria, junto con los huevos.
Algunos alimentos de origen vegetal son capaces de ofrecer una dosis significativa de tiamina y niacina. Un ejemplo serían de nuevo los vegetales de hoja verde o las crucíferas. Hasta los frutos secos. Pero el problema viene cuando hablamos de folatos. Las dietas veganas suelen requerir un suplemento de vitamina B9, ya que no se cubre bien el requerimiento a través de los alimentos de origen vegetal.
Optimiza la nutrición para prevenir el cáncer
Como ves, son varios los nutrientes cuyo déficit se relaciona con la fisiopatología del cáncer. Queda hablar del magnesio, el mineral de moda, pero dedicaré un post en exclusiva más adelante a dicho elemento. Por el momento, es clave enfatizar la necesidad de plantear una dieta variada con presencia regular de vegetales para contribuir a la prevención de los tumores. Aunque solamente con ello no va a llegar. Hemos hablado de vitaminas, pero no no hicimos mención a los antioxidantes, a la melatonina, a la importancia del ejercicio físico…
Realmente para incrementar la protección frente al desarrollo de patologías crónicas y complejas es indispensable promocionar una serie de buenos hábitos en su conjunto. La suplementación con vitamina D, por ejemplo, puede ser protectora, pero de nada servirá en un contexto de sedentarismo. Lo mismo sucede con el folato, cubrir el requerimiento no llega si el descanso nocturno es insuficiente. Existen relaciones muy complejas entre la mayor parte de las rutas y mecanismos fisiológicos que se suceden dentro del cuerpo humano, por lo que hay que cuidarlo en su conjunto.