No siempre los resultados son los esperados. ¿Y en ese caso qué? Pueden abrirse varios conflictos de difícil solución. Y a todo ello se le suma la cada vez mayor desconfianza del paciente en el proceso, pues a pesar de su esfuerzo no cumple los objetivos propuestos. Por ello identificar los posibles mecanismos o patologías subyacentes que frenan los progresos es crucial para conseguir ponerle remedio al estancamiento y lograr así un tratamiento eficiente.
En este caso hablaremos de los procesos de pérdida de peso fundamentalmente. Es cierto que los deportistas también sufren baches y altibajos en su camino, pero la forma de abordar estos conflictos es bien distinta. Comentaremos un suceso relativamente frecuente, sobre todo a la hora de arrancar a personas sedentarias, que es la dificultad en la mejora de la composición corporal.
Pero empecemos por lo más básico. Los cambios no se generan de un día para otro. Son pocas las personas que tras muchos años de malos hábitos responden positivamente y con agilidad a una intervención. Quizás lo más normal es que el organismo muestre cierta resistencia a las nuevas rutinas, incluso suponiendo su total cumplimiento. ¿Y esto por qué? Pues porque para bien o para mal los cambios fisiológicos son lentos.
Resulta relativamente frecuente que el paciente de mediana edad que acude a una consulta de nutrición para perder peso haya desarrollado ya una cierta resistencia a la insulina, que suele conllevar asociada una resistencia anabólica. Explicado de un modo sencillo, le va a costar ganar fuerza y masa muscular en el corto plazo. Por este motivo el gasto energético se mantendrá deprimido bastante tiempo y será complicado promover un déficit calórico que permita la movilización y oxidación de la grasa acumulada. Primero tienen que optimizarse los procesos fisiológicos básicos, cosa relativamente lenta, y más tarde se verán los resultados externos. Que el espejo no muestre cambios no quiere decir que las cosas no se estén haciendo bien o que molecularmente no se consigan avances.
Ahora bien, existen varios parámetros que nos pueden ofrecer información interesante y útil, sobre todo cuando tenemos acceso a analíticas sanguíneas. El primero de ellos es la glucosa en ayunas, que puede situarse en muchas ocasiones en el rango alto. Si además se acompaña del índice HOMA, que aproxima la sensibilidad a la insulina, mucho mejor. Estos valores y la insulina en suero nos podrán informar de la eficiencia en el control del azúcar de la persona, lo cual nos da una idea bastante precisa de lo fácil o difícil que será avanzar.
Pero además hay otros valores que pueden verse alterados y que afectan en el proceso. Las hormonas tiroideas, por ejemplo. No siempre es preciso que estén los valores de T3 o de T4 por debajo del rango para diagnosticar un hipotiroidismo. Abundan los casos subclínicos con concentraciones anormales de TSH que cursan con cansancio y con dificultad a la hora de oxidar ácidos grasos.
De la misma manera es importante analizar los niveles de hormonas sexuales, sobre todo de testosterona en los hombres. El sedentarismo, una mala alimentación, un descanso insuficiente y la exposición a los tóxicos deprime su síntesis. No es preciso alcanzar un estado de hipogonadismo para sufrir problemas. Situarse cerca del rango bajo condicionaría la capacidad de ejercer fuerza y de ganar masa muscular, haciendo difícil perder peso posteriormente.
Por lo tanto, cuando el paciente supera las primeras semanas de tratamiento y no consigue alcanzar los objetivos propuestos suele ser buena idea recurrir a una analítica sanguínea para conocer un poco mejor qué es lo que pasa en el medio interno. Si algunos valores clave se encuentran deprimidos se pueden tomar acciones para su corrección, tanto nutricionales como intervenciones a nivel de hábitos. En el caso de que la bioquímica salga limpia, paciencia. A veces los cambios no son inmediatos y, en otras ocasiones, se puede aumentar un poco más la tasa de esfuerzo para acelerar el proceso. Aunque esto último depende de varios factores individuales.