Desde mediados del siglo XX se recomienda tener el colesterol por debajo de un determinado valor, que ha ido descendiendo con el paso de los años. Se afirmaba que superar el límite podría generar un incremento significativo del riesgo cardiovascular.
Sin embargo, las investigaciones más recientes ponen en duda dicha teoría, lo que descarta, entre otras cosas, la hipótesis lipídica. No solo se han levantado las restricciones en cuanto a consumo de grasas, sino que se especula con la posibilidad de que tener el colesterol demasiado bajo sea realmente más peligroso que lo contrario.
¿Qué es el colesterol?
Bajo el nombre de colesterol se aglutinan una serie de lipoproteínas que tienen como función garantizar el transporte de grasas por la sangre. Como norma general realizan dos tipos de viajes: desde el hígado hasta los tejidos y desde los tejidos al hígado.
Gracias a dichos elementos se movilizan los lípidos en el organismo, permitiendo que estos desarrollen sus funciones. Existen dos tipos de lipoproteínas predominantes HDL y LDL, y varios subgrupos dentro de estas últimas, donde destacan las VLDL.

¿El colesterol es peligroso para la salud?
En el pasado los expertos afirmaban que un incremento de los niveles de dichas lipoproteínas incrementaba el riesgo de desarrollar una placa de ateroma, sin embargo, en la actualidad esto se ha desmentido. De acuerdo con un estudio publicado en Critical Reviews in Immunology, son las fracciones del LDL oxidadas las que pueden acarrear riesgo para la salud.
Está claro que para generar este tipo de sustancias es necesario que exista una pérdida en la homeostasis de los procesos inflamatorios y oxidativos, circunstancia que está muy relacionada con los hábitos de vida.
¿Qué determina los niveles de colesterol?
Es importante destacar que el colesterol se puede ingerir por medio de los alimentos, pero también se produce de forma endógena. De hecho, ambos mecanismos se equilibran. Esto quiere decir que si se incrementa el consumo dietético del mismo se reduce la síntesis dentro del organismo. El objetivo es que los niveles se mantengan, dentro de lo posible, estables.
Ahora bien, existe una clara determinación genética al respecto. De hecho, es posible que el individuo presente, de forma natural y cuidando los hábitos de vida, un nivel de colesterol muy superior a lo recomendado, por encima de los 250 mg/dl. Sin embargo esto no se asocia con un mayor riesgo cardiovascular.
Medicar a esta clase de sujetos para inducir una modificación del perfil lipídico podría resultar muy negativo, ya que las estatinas cuentan con diversos efectos secundarios para el organismo. Así lo evidencia un estudio publicado en la revista Circulation Research.
La importancia de los hábitos
A la hora de cuantificar el riesgo cardiovascular de un sujeto, el nivel de colesterol en plasma no suele aportar una información útil. Resulta mejor medidor analizar los hábitos de vida del individuo, ya que estos determinan el estado de inflamación crónica de bajo grado y de oxidación. Estos dos parámetros están tremendamente implicados en la aterosclerosis, tal y como afirma una investigación publicada en Biomolecules.
En este sentido, la clave es priorizar el consumo de alimentos frescos, dormir un número mínimo de horas al día y practicar ejercicio físico intenso de forma regular. Si se cuidan todos estos elementos no resulta tan importante el hecho de que los niveles de lipoproteínas superen un determinado valor. De hecho, muchos atletas profesionales con buen estado de salud cuentan con un contenido total de colesterol superior a 250 mg/dl.
El colesterol, un mal marcador de riesgo
Durante muchos años se ha utilizado el colesterol como parámetro para identificar enfermos, de forma incorrecta. Este fenómeno ha provocado una medicación masiva con estatinas, fármacos innecesarios en muchas de estas ocasiones, no exentos de efectos secundarios.
Por este motivo, a la hora de prevenir accidentes cardiovasculares, es necesario poner el foco en los hábitos de vida y en la composición corporal del sujeto. Existen ciertas determinaciones genéticas o alteraciones funcionales que incrementan el riesgo, pero no se reflejan en el perfil lipídico.
Referencias bibliográficas
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