Con la dieta para el hígado graso se puede mejorar el tratamiento de una enfermedad que pone en juego en funcionamiento de uno de los órganos más importantes del cuerpo humano. Cuando este funciona mal es más probable que se acumulen los tóxicos, dando lugar a errores en la replicación del ADN o incluso a un fallo hepático que podría condicionar la vida.
Hay que tener en cuenta que el hígado graso es una patología condicionada en gran medida por los hábitos. El consumo de cantidades elevadas de fructosa, de grasas trans de mala calidad o de tóxicos aumenta mucho su incidencia. También el sobrepeso y el sedentarismo son factores de riesgo.
¿En qué se basa la dieta para el hígado graso?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la enfermedad del hígado graso incrementa los niveles de inflamación y de oxidación en el organismo. Por este motivo el manejo dietético va encaminado al aporte de sustancias con actividad reguladora, como los polifenoles presentes en los vegetales. De hecho hay varios plantas que han demostrado beneficios a la hora de prevenir la progresión de la patología, como el cardo mariano.
En líneas generales conviene incrementar la ingesta de ácidos grasos omega 3, sustituyendo los lípidos trans y de mala calidad por estos. Ya hemos hablado en otro artículo el riesgo de un aporte elevado de fructosa por su metabolismo en el hígado y transformación en triglicéridos. Por este motivo también resultará determinante reducir drásticamente el aporte de este monosacárido para mejorar el control de la patología.
Realmente conviene plantear una dieta baja en carbohidratos en este contexto. Aunque la fructosa es el que más incidencia tiene sobre el hígado graso en cuestión, un aporte elevado de azúcares simples podría incrementar los niveles de inflamación generales, agravando el problema. Conviene mejorar el control glucémico y la sensibilidad de las células a la insulina, algo que favorecerá la pérdida de peso y la reversión de la acumulación de grasa visceral.
Pero además será muy importante incluir vegetales en todas las comidas principales. Sobre todo los de hoja verde y las crucíferas. También las alcachofas. Todos ellos concentran en su interior flavonoides de alta calidad que ayudan a sanar las mitocondrias y a neutralizar la producción de radicales libres, algo que se ve muy incrementado con los niveles de inflamación elevados que genera el hígado graso.
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Ingesta de proteínas en la dieta para el hígado graso
Tradicionalmente se ha afirmado que una ingesta elevada de proteínas es nociva para el hígado. Por este motivo dichos nutrientes solían estar limitados en la dieta para el hígado graso. Pero las evidencias recientes nos muestran que no existe tal asociación. Un aporte elevado de aminoácidos o de proteínas no afecta negativamente a la función hepática o renal. Todo lo contrario. Por lo tanto no hay motivos para reducir su presencia en la pauta.
Lo mismo sucede con la grasa. Más lípidos dietéticos no se transforman en más grasa visceral siempre y cuando hablemos de un marco isocalórico o hipocalórico. La clave aquí está en mejorar el estado de composición corporal, revirtiendo estados de sobrepeso que condicionen negativamente el funcionamiento de la fisiología.
Con lo único con lo que habría que ser algo restrictivos en la dieta para el hígado graso es con los carbohidratos, sobre todo los simples. Pueden incluirse alimentos con azúcares complejos como las legumbres, los tubérculos, los arroces y los cereales. Pero en cantidades moderadas y en consonancia con el nivel de ejercicio realizado, algo también determinante para la reversión de la enfermedad.
Alimentos permitidos y prohibidos en la dieta para el hígado graso
La dieta para el hígado graso apuesta por el consumo de alimentos frescos con alto contenido en proteínas de calidad, grasas insaturadas y antioxidantes. Se deben priorizar los siguientes comestibles:
- Carnes, pescados, huevos y lácteos enteros.
- Lácteos fermentados.
- Hortalizas y verduras.
- Frutos secos y semillas.
- Aceite de oliva virgen extra.
- Especias culinarias.
- Café y té.
- Bollería industrial y dulces.
- Embutidos.
- Alcohol.
- Harinas refinadas.
- Refrescos azucarados y zumos.
- Fritos y rebozados.
- Comidas preparadas.
Suplementos en la dieta para el hígado graso
Algunos suplementos han demostrado eficacia a la hora de ayudar a tratar y a revertir el hígado graso. Entre ellos destacamos los siguientes:
- Omega 3: estos ácidos grasos reducen el nivel de inflamación y los niveles de triglicéridos en el organismo, disminuyendo por lo tanto la cantidad de grasa acumulada en el hígado. Es importante que tengan un contenido elevado en DHA; superior a 250 mg por dosis. También resultará favorable que se elaboren a partir de aceite de pescado.
- Vitamina E: dicho compuesto actúa como antioxidante, neutralizando la formación de los radicales libres. Ha demostrado reducir el daño hepático y mejora los niveles de enzimas asociados a esta patología, como son las transaminasas.
- Cardo mariano: también conocido como silimarina, actúa como antioxidante protegiendo los hepatocitos del daño y reduciendo la inflamación.
- Colina: es un nutriente presente en la yema de huevo y que ayuda a metabolizar las grasas acumuladas en el hígado. Sobre todo resulta eficiente la suplementación cuando existe un déficit previo del nutriente.
- N-Acetilcisteína (NAC): es uno de los protectores del hígado de uso más extendido. De nuevo un compuesto altamente antioxidante. Reduce también la inflamación, mejorando el pronóstico de la enfermedad.
Ayuno intermitente contra el hígado graso
En los últimos años se han acumulado evidencias favorables sobre la aplicación del ayuno intermitente en la dieta para el hígado graso. Este protocolo facilita la restricción energética, que al final es clave para lograr un cambio positivo en el estado de composición corporal. Contribuye también a un mejor control glucémico, incrementando la sensibilidad a la insulina y promoviendo la autofagia. Esto se traduce en una menor inflamación general.
Además los beneficios del ayuno intermitente pueden verse potenciados si este se combina con el consumo de café. Incluso el café con canela en polvo tendría efectos positivos añadidos aquí. Se juntan dos elementos con alto contenido en compuestos antioxidantes, algo que puede mejorar la salud de los hepatocitos.
El ejercicio en ayunas también podría favorecer la reducción en la acumulación de los triglicéridos. Esta práctica favorece el uso de ácidos grasos como combustible energético, mejorando su movilización y oxidación dentro del organismo. Al final es lo que se necesita para lograr la reversión de la patología, que en la mayor parte de los casos pasa por una disminución del porcentaje graso total del cuerpo.
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